Aquà os dejo la primera columna que escribà originalmente para la revista Aviación Comercial, en el Nº 26, correspondiente a febrero de 2010.
De siempre el hombre ha querido ir más allá de las fronteras naturales que se encontraban en su camino. Primero fue el mar. Aún sin ni siquiera conocer el Principio de ArquÃmedes fueron (fuimos) capaces de construir barcos que navegasen cientos de kilómetros de forma rutinaria. Grandes historias se escribieron y de grandes hazañas fueron testigos sus mástiles. Unieron pueblos lejanos y permitieron compartir gentes, objetos y delicias de cualquier parte del mundo.
Después le tocó el turno al aire. El sueño existÃa desde las antiguas leyendas mitológicas griegas en que Ãcaro quedó fascinado con sus alas y se atrevió a llegar más alto que nadie antes hubiera llegado. Desafortunadamente esta historia es pura fantasÃa, un cuento que muestra las más tempranas ansias de volar. A lo largo de los siglos, más bien sin éxito, no pocas personas con una pizca de locura se subieron sobre artilugios no menos alocados. Porque aunque el aire sea fluido al igual que el agua, su baja densidad hizo que se tardaran años en domarlo y montarse a su lomo.
Y se consiguió. Primero a su merced con globos, después con dirigibles, y hace tan sólo 100 años con aparatos más pesados. Aún viven muchas personas en el mundo que nacieron antes de dicha fecha, y muchas más que no comprenden cómo puede ser posible que un trozo de metal se eleve grácilmente.
Aún asà la aviación transporta cientos de millones de personas y toneladas de carga cada año entre prácticamente cualquiera dos rincones de la Tierra. Casi puede decirse que montarse a un avión es una rutina establecida en el mundo desarrollado. Ha perdido ese carácter de magia e incredulidad que poseÃa hace unas décadas. Hoy en dÃa nos preocupamos más de si nos van a dar de comer, del equipaje permitido o de las huelgas del personal.
Aunque no para todos es asÃ. Aún queda gente que se emociona con cada despegue y en vuelo todo desaparece para sentir las nubes pasar a su alrededor, que se acerca a los lÃmites del aeropuerto para observar más de cerca a esos grandes pajarracos, que levanta la vista al cielo cuando escucha ese caracterÃstico susurro. Aquellos que hoy, entre prisas y estrés, no se olvidan de disfrutar al ver hecho realidad uno de los mayores sueños que nunca haya tenido el hombre: volar.