De un disco duro a un disco sólido

Un buen día mi ordenador decidió dejar de fucionar. Fue poco a poco, pero terriblemente. Volvía de pasar un fin de semana fuera de casa, y al abrir el portátil, observé cómo todo iba terriblemente lento. El sistema operativo funcionaba, podía navegar por internet, ver correos electrónicos, pero cada acción que realizaba se demoraba 100 veces más de lo normal.

Ver el email era un suplicio, a pesar de que se descargan automáticamente al ordenador vía IMAP. Tardé media hora en cerrar todos los programas para asegurarme que no fuera ninguno el que andaba fastidiando. Y en iniciarse… en iniciarse se demoraba cerca de una hora. No son datos normales sabiendo que hasta ahora todo iba bien.

Sospechaba del disco duro, que con 3 años de antigüedad y unas 6000 horas de uso se acercaba al límite práctico de 10000 horas que dicen suelen durar los discos duros (a pesar de lo que cuenten los fabricantes). Así pues, le pasé una herramienta de análisis SMART, que básicamente es un auto-chequeo que el disco duro, y el resultado fue un valor terrible de los errores de lectura.

(Para quien le interese, la herramienta es Smart Utility, aunque en principio sea de pago, la versión de prueba basta para hacer una evaluación del disco en casos de emergencia.)

Como suelo mantener copia de seguridad (y en especial con Dropbox), no me dolía tanto perder el disco duro. Lo que ahora tenía que hacer es encontrar la forma de reemplazarlo por uno nuevo. Llamé al servicio técnico oficial y me dieron un presupuesto de 50.000Â¥ (casi 500€). Mejor no… mejor trato de comprar el reemplazo y cambiarlo por mi propia cuenta. Pero era complicado encontrar un disco PATA (Parallel ATA) de 1.8″ y con sólo un plato. Así pues me animé a dar el salto a los SSD, discos de estado sólido, que se llaman así por ser una pastilla sólida sin partes móviles, sin disco que gire. Como una tarjeta de memoria flash, pero con mejores prestaciones y más fiabilidad. El precio, 17000Â¥ (unos 150€) por este modelo de 64GB.

Me puse manos a la obra junto con un compañero de la universidad que había tenido el mismo problema, aunque él abandonó el portátil y se animó a recuperarlo sólo si hacíamos la operación conjuntamente. Aquí los tenéis antes de abrirles las tripas, retirarles treinta tornillos y llegar hasta lo más profundo se sus memorias para extraerlas y dejarlas en blanco, como si fueran unos recién nacidos.

Replacing Macbook Air HD

La operación fue tan delicada y cuidadosa, que la concentración me hizo olvidar sacar fotos. Sólo cuando el disco había sido extraído me acordé que quería plasmar la maravilla de la tecnología que es capaz de reducir el tamaño de los dispositivos a medida que aumentan las prestaciones. Abajo, un disco duro de un ordenador de sobremesa, arriba, el disco duro reemplazado (con almohadillas) y el SSD nuevo (azul) demostrando que la anorexia no siempre es un problema.

Comparing Macbook Air (1st gen) HD with 3.5' drive

La intervención fue todo un éxito, y a día de hoy me consta que ambos ordenadores gozan de una salud de hierro. Bueno, de aluminio. De hecho ha revitalizado mi portátil. Tener un SSD con tiempos de acceso instantáneos y mayores velocidades de lectura y escritura que un disco normal realmente marca una diferencia apreciable.

Aún así, aún hay ciertos problemas que hacen que este tipo de discos degraden su rendimiento con el tiempo, dependiendo del sistema operativo que se use. Yo he notado cómo ya no escribe a la misma velocidad que cuando estaba nuevo. No es vital, porque los programas siguen abriéndose como el rayo, aunque molesta cuando tienes que copiar grandes volúmenes de datos. Espero que este problema se solucione con alguna actualización próxima.

Para acabar, un consejo: mantened copia de seguridad, porque hay dos tipos de personas en el mundo: aquellas que han perdido los datos… y aquellas que los perderán. Afortunadamente me encuentro en el primer grupo desde hace varios años, y aprendí la lección.