A lo que iba. Pusan NO es una ciudad rodeada de montañas, es una ciudad que rodea montañas. AsÃ, de buenas a primeras te encuentras con un monte de unos pocos cientos de metros en medio de la ciudad. Es una ciudad desperdigada, desarrollada de forma lineal a lo largo de la costa y entre montañas (a veces forma anillos).
Bueno, ahà van las fotos. Primero, las calles de dÃa:
Ahora de noche, cuando los neones brillan y todos los gatos son pardos:
Las calles se llenan de publicidad por las noches. El suelo llega a no verse de la cantidad de papeles que hay. Al amanecer los limpian, pero siempre queda alguno. Es publicidad para tÃmidos, para que mientras vas cabizbajo andando por las calles la leas, y mires el mapa, y tus pies te dirijan hacia donde dan los supuestos “masajes”.
Mercados, muchos mercados. No te los encuentras por la calle, hay que alejarse un poco de los centros que tiene la ciudad. Allà te venden de todo, y especial mención tienen las sublimes algas kim, delgadas como el papel pero sabrosas como una ensalada de marisco, que se te deshacen en la boca rápidamente y el cuerpo te pide más, y más, muy adictivas, quien las ha probado lo sabe.
Gambas a granel… ¿para la sopa?
Kimchi, verduras fermentadas en salsa picante. Suena mal, asà que no os lo comáis y dejádmelo todo para mi.
Más de Pusan, el templo Haedong Younggung, construÃdo junto al mar. Un poco lejos porque queda a 1h o asà del centro de la ciudad. Me hubiera gustado estar allà para el amanecer, o temprano en la mañana (fui al atardecer).
Desde arriba, buenas vistas como la primera foto de este post, y un cartel en una de las ventanas que decÃa algo asà como: si vienes con tu novia, dile que mire por esta ventana hacia abajo. Y contraviniendo al cartel voy yo me asomo:
Vaya, parece que la ciudad de Pusan me quiere.
Pero es hora de irse. Y Pusan no querÃa que me fuera. Mi próximo destino, y ya el último en Corea, era la isla de Jeju, a unos 300 kilómetros hacia el sur. Mi plan inicial ir en barco durante el fin de año. No pudo ser porque todos los barcos para esa semana ya iban llenos. Asà que me tuve que conformar con ir en avión :(. Por suerte hay aerolÃneas low cost que funcionan como en el sudeste asiático, pudiendo comprar un vuelo con un par de dÃas de antelación por 30~40€. Mañana os cuento más de la isla.
En el laboratorio a nada que te descuides les da por apagar la calefacción, abrir las ventanas (aunque a veces las abren sin siquiera haber apagado antes la calefacción) y ponerse a trabajar con el abrigo puesto mientras se cuentan los últimos cotilleos del fin de semana. Afortunadamente esto sólo pasa por las tardes… porque por las mañanas no hay (casi) nadie.
La biblioteca tuvieron la magnÃfica idea de construirla a medias entre dos edificios, y como aquà todos los edificios tienen que estar separados por si llega un terremoto… pues para comunicar una zona con otra tienes que salir al aire libre. Afortunadamente hay puertas automáticas, pero cada vez que alguien atraviesa por ahà (separa la zona de lectura de la zona de fondos) sientes la corriente.
En la cafeterÃa tampoco, porque la gente se sale a fumar a la terraza dejando la puerta abierta detrás suyo, aparte de que no es un lugar adecuado para estudiar porque la gente no habla en tono normal… bueno, como no pocas veces en la zona de lectura de la biblioteca.
Esa carne que veis ahà es perro. HabÃa más, como diez o doce trozos, aunque las verduras hacen de camuflaje. El sabor no tiene nada especial, insÃpido incluso dirÃa, aunque tiene algo caracterÃstico que hace que si lo vuelves a comer lo reconozcas como carne de perro.
Al principio me esperaba una coreografÃa haciendo música con cuchillos y otros cacharros de cocina, pero era más. Era una historia de cinco personajes: el jefe exigente, el cocinero responsable, el que no se entera de nada, el listo y la chica guapa. Aunque la historia era un segundo plano, una excusa para dejar paso a malabares, trucos de magia, pantomima, lecciones de cocina, y eso sÃ, mucha música y mucho ritmo.
De vez en cuando incluso interactuaban con el público, desde lanzándoles frutas y verduras hasta cogiendo a un par de ellos para darles de comer una cosa pringosa mientras les casaban en la misma cocina.
El precio, 50.000 Won, lo que vienen a ser 5.000 pesetas. Un poco caro, sobre todo para ser la entrada más barata (aunque no por ello con mala visibilidad). 80 minutos en los que no paran, y al salir tienes que controlarte para no liarla dando golpes en las papeleras… uhm…. quizá por eso no hay papeleras en Corea.
No iba a estar en Seúl toda mi estancia en Corea, asà que salà hacia el sur. Mi idea iniciar era ir a Pusan, pero el dÃa del viaje en sà lo tenÃa libre. Y como el dÃa anterior me habÃan enseñado unas fotos de un Buda con sombrero, decidà ir a buscarlo.
Un KTX de alta velocidad como el de la foto anterior y otro tren más lento pero en el que era imposible aburrirse me llevaron a mi próximo destino: Daegu.
Pues venga, deprisa y corriendo a subir a la montaña. Muy bonito el paisaje, pero no tengo tiempo para verlo, que anochece.
Y cuando llego arriba ¡Ay cuando llego arriba!… no hay nada. No hay buda. No hay templo. Sólo una bonita vista al atardecer. Ya decÃa yo que los últimos cien metros se me antojaban algo salvajes.
Y miro al lado… y veo lo que ya me imaginaba. La montaña a la que deberÃa haber subido. ¡Ouch!.
SabÃa que estas navidades no iban a ser como las anteriores: en la playa a 30º. Este año tocaba pasar frÃo.
El primer dÃa hacÃa 3º y yo ya andaba helado. La guÃa de uno de los palacios dijo que no era para tanto, a la vez que se quejaba del calentamiento global. Luego, al llegar de vuelta al hostal me darÃa cuenta que parte del frÃo que tenÃa era por un roto tamaño mandarina en la entrepierna de los pantalones.
Los coches no tenÃan problemas para moverse por la calle. Supongo que usarán neumáticos de invierno. Al estar en marcha derretÃan la nieve que tenÃan sobre el capó del motor, y al caer volvÃa a helarse formando estalactitas en los bajos:
La gente sigue su vida de forma normal. Unos niños se lanzan bolas de y otros dibujan sobre la nieve.
Pero te das cuenta del frÃo que hace cuando ves palomas y gatos refugiados dentro de las papeleras (de las pocas que hay).
O cuando echas un poco de agua por una barandilla y se congela al instante.
Y puedes ver dónde el rÃo empieza a mezclarse con el mar (a mayor salinidad, menor el punto de fusión).
Y esto es normal. Más tarde, durante mis últimos dÃas en Corea, llegó una ola de frÃo que por poco me pilla. Como en todas partes hubo vuelos cancelados, trenes que no podÃan circular y carreteras cortadas. Pero la gente no estaba pidiendo explicaciones de malas formas y quejándose ante quien no tiene la culpa. Se asume. Es algo excepcional, tiremos como podamos y en unos dÃas ya se solucionará. A ver si aprendemos.