Hace un par de semanas recibà una carta de la embajada. No necesité abrirla para oler de qué iba la cosa. El olor era a jamón.
El año pasado también la recibÃ, pero me coincidÃa con una clase importante que no podÃa saltármela. O eso creÃa, porque no sabÃa lo que me esperaba. Al llegar fui recibido junto a embajadores que descendÃan de sus coches oficiales. Concretamente vi al de Bangladesh y Sudáfrica, luego seguro que habÃa más, incluso supongo que el de USa, ya que la embajada norteamericana está a escasos 100m de la española.
Un poco de protocolo nada más entrar, hacer cola para saludar al embajador y su mujer. Muchos iban vestidos de traje, otros no, entre los cuales me incluyo. No iba como un dÃa cualquiera, iba bien arreglado, pero usar traje me parecÃa demasiado incómodo y formal para un acto en el que no lo requerÃan expresamente.
La casa es la residencia del embajador. No está mal para estar en Roppongi, uno de los barrios de rascacielos de Tokyo.
HabÃa mucha gente. No en vano habÃamos sido invitados los mil y pico españoles viviendo en Japón, junto con acompañantes, embajadores y otros compromisos que tuvieran. Sin embargo, al celebrar la fiesta a mediodÃa entre semana mucha gente que trabaje o estudie no habrá podido venir, y sin embargo los diplomáticos tienen una excusa para escaparse de su oficina. No la celebraron el 12 de octubre (sino el 14) porque también era festivo en Japón, y claro, entonces corrÃan el peligro de que vinieran todos los españoles y ningún embajador.
Cuando todo el mundo ya habÃa llegado (media hora después de la hora oficial de inicio de la fiesta), el embajador dijo unas pocas palabras y el Himno de España sonó. Fue impresioante escucharlo aquÃ, entre los rascacielos de Tokio, a todo volumen.
Y la fiesta comenzó. En un par de lugares del recinto habÃa japoneses vestidos con trajes gitanos y de sevillanas cantando y bailando, además de un grupo de músicos amenizando el ambiente. Al principio me hacÃa mucha garcia ver a asiáticos practicando este tipo de bailes. Ahora ya me he acostumbrado y los rasgos fÃsicos no sólo no importan, sino que pasan desapercibidos.
No todo iba a ser asiáticos vestidos de españoles. También habÃa españoles que habÃan adoptado ciertos aspectos de la cultura pop japonesa:
He dicho que era a mediodÃa. HabÃa comida. Mucha comida. No os creerÃais la cantidad de comida que habÃa. Un par de paellas y otras dos fideuás de tamaño 5XL, un par de puestos cortando jamón a saco, dulces españoles (viva Chupa Chups!), bebidas de todo tipo (hasta agua mineral cántabra), y muchas tapitas y cosas para picar.
Por cierto, fijáos en el diseño del plato + vaso que daban. El plato de plástico duro tiene un cono saliente donde se encaja el vaso. Me parece una gran idea.
Mientras tanto hablando con la gente con que me cruzaba. Volvà a ver a Jose Luis, un teleco de Valladolid que conocà en la recepción del Rey, y mantuve charlas con todo tipo de gente mientras observaba cómo la gente se colaba en la cola del jamón, o se metÃan dulces en el bolso, y esas cosas que dejas de ver cuando vienes a Japón. También escuchaba. No estoy acostumbrado a entender todo lo que se habla a mi alrededor, asà que era un estÃmulo que me llamaba la atención. Pillé algunas perlas muy buenas:
(Una monja que lleva 55 años en japón a un joven estudiante):
Tú no te eches novia. Las chicas de Japón… mejor no
(Un par de personas adultas discutiendo acerca de la ley del tabaco):
¡La libertad de fumar!
No, ¡la libertad de hacer lo que uno quiera!
(Una japonesa mayor le pregunta a un español acerca del proceso de cortar jamón)
No sé cómo se llama, pero consiste en desmontar el jamón tratando que dure lo máximo posible.
A las tres de la tarde comenzaron a recoger todo lo que quedaba. La gente comenzó a disiparse, y yo me fui con unos españoles a un bar japonés, pobres los dueños del bar. Seguro que no estaban acostumbrados (ni preparados) para recibir lo que se les echaba encima. La verdad es que ya iban un poco contentos, y no tardaron mucho en romper algún vaso y empezar a pasarse, asà que me fui de ahà con otros que tampoco les iba ese plan.
El resto de la tarde la pasé con Pablo, Daniel y Neftalà entre cafeterÃas, tiendas de cámaras de fotos y cenando en un restaurante de ramen. Muy buena compañÃa. PodrÃa decir que lo mejor del dÃa fue a esta gente que conocÃ. Estuvimos rajando un rato de los japoneses, seguramente igual que lo que ellos hacen cuando los gaijines no estamos presentes. También conocà una nueva perspectiva de la vida en Japón, ya que ninguno de los tres vino aquà por estudios ni por trabajo, sino por amor. En rincones distintos de Europa, todos ellos se cruzaron con una japonesa que les cautivó, y pasados los años se encuentran casados en Japón. Tiene mucho mérito, porque supone dejarlo todo, enfrentarse a una cultura distinta (para siempre), tener en contra a la familia polÃtica, etc. ¡Bravo por ellos!