Columna escrita originalmente para la revista Aviación Comercial Nº 29 (Agosto 2010).
Es increÃble la cantidad de cosas que pasan por debajo de nosotros cuando estamos en el aire. Un puñado de centÃmetros cuadrados transparentes -llamados ventanilla- en el metálico fuselaje nos permiten asomarnos al exterior y descubrir un mundo más maravilloso que el imaginado por Louis Armstrong.
Montañas puntiagudas, colinas que apenas se levantan, anchos rÃos alimentados por estrechos y serpenteantes afluentes, terrenos cultivados con caprichosas formas, pastos para el ganado, que no son más que pulgas vistos desde decenas de miles de pies de altura. Y cuando la tierra desaparece, cuando sólo hay más y más agua a tu alrededor, en esos momentos podemos adivinar barcos mercantes en el inmenso azul, islotes perdidos e inaccesibles, o buscar una costa para que los pasajeros más miedosos dejen de sentir cierta incomodidad.
Aunque quizá no tengamos tanta suerte de disfrutar de un cielo despejado, quizá en lugar de todo lo anterior haya que conformarse con surfear entre los cúmulos con forma de algodón de azúcar, asomarse a las rendijas de cielo azul entre los cirrostratos, o disfrutar -desde lo lejos- de los rayos saltando dentro de un amenazador cúmulonimbo.
La noche puede llegar, y con ella las luces. Nos asomamos de nuevo hacia afuera, esta vez tratando de evitar ser deslumbrado por la luz del interior de la aeronave, y en lo que representa todo un ejercicio de contorsionismo facial para acomodar la molesta anatomÃa de la nariz contra la ventanilla. Vemos grandes ciudades o pequeños pueblos, unidos por venas de luces blancas y rojas. Orillas de rÃos y costas perfiladas por la atracción del ser humano hacia el agua. Vibrantes pozos petrolÃferos, brillantes minas a cielo abierto y atractivas luces de colores de pescadores.
Y esto sólo es una mÃnima parte de todo lo que se puede ver a través de la ventanilla. En el tintero quedan increÃbles amaneceres y eternos ocasos con tonos rojizos nunca antes vistos desde la tierra.
Por desgracia sólo una mÃnima parte de los asientos de un avión de pasajeros tienen al lado una ventanilla desde la que poder asomarse al mundo exterior y verlo desde otro punto de vista. En cada vuelo que hago siempre trato de conseguir por todos los medios posibles uno de ellos. Facturo online, me presento con tiempo en el aeropuerto o, si no ha habido suerte, una vez que todo el mundo está embarcado busco eventuales asientos cuyo pasajero no se haya presentado al vuelo.
¿Ventanilla o pasillo? La próxima vez que os hagan esta pregunta, pensadlo dos veces antes de responder. No perdáis la oportunidad de contemplar una vez más el espectáculo que la naturaleza pone a nuestra disposición desde ahà arriba.
2 comentarios ↓
Por eso yo también me apodero de una ventanilla cueste lo que cueste (y horror si quedo sobre el ala!!), bueno por eso y por mi fobia irracional a que en una turbulencia se suelte al carrito de la asafata y me cercene las piernas por estirarlas en el pasillo.
A mi tampoco me gusta quedar sobre el ala (centro de gravedad del avión), porque el cacharro se mueve menos durante las turbulencias :(.
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