Esta semana, por primera vez en la temporada, las temperaturas han bajado de 10ºC. Vuelve el frÃo.
Despertarse con más pereza que nunca y no querer salir del nido de plumas caliente. Coger la bicicleta y sentir el frÃo golpeándote en la cara y metiéndose por cada rendija de la ropa. El laboratorio helado a primera hora de la mañana. Las manos frÃas que apenas pueden teclear y menos aún escribir. Un aparato que parece calentar acondicionando aire pero se tira dos horas en llegar a un punto agradable. Los japoneses que empiezan a llegar con sus abrigos que no se quitan el resto del dÃa, y si tienen calor, abren la ventana. Contrastar el frescor del aire de los aseos con la cálida tapa del wáter. Tomarse una sopa de miso nunca lo suficientemente caliente. Cenar un ramen que te haga sudar, de picante o de caliente. Una ducha de agua casi hirviendo, empañando los cristales de la habitación durante varias horas. Y volver al nido.
Vuelve el frÃo, y me diréis que 10ºC es un buen tiempo, o que tengo suerte de vivir en una ciudad en la que no baja de 0ºC. Pero aquà se nota el frÃo. Quizá por el viento, quizá por el ambiente seco (a pesar de vivir junto al mar), o porque las construcciones no están bien aisladas. Hay que sentir el frÃo, mezclarse con la fuerza de los elementos, relacionarse con los espÃritus de la naturaleza. Eso es lo que dice la tradición japonesa, pero yo no voy a hacerle caso.