Ir a correos es un ejemplo más de cómo hasta las cosas que pueden parecernos más sencillas del dÃa a dÃa, se complican de sobremanera cuando estás en un paÃs que no conoces, y si encima hablamos de un lugar como Japón pues ya ni os cuento. Bueno, mejor os cuento.
Supongamos que vas a correos con una carta normal y corriente. Al principio no tienes ni idea de qué te preguntan y les dices que es una carta, que quieres enviarla y punto. La pesan, 15g digamos, te piden 260¥, le ponen el sello (aunque a mi me gusta ponérselos yo mismo) y te vas tan tranquilo. Acabas de enviar una carta a España, y te ha costado casi 2.5€. (tres veces más de lo que cuesta en sentido contrario).
Otro dÃa decides enviar algo más grande, del tamaño de un disco de 3.5″, asà que al llegar les dices que es un paquete (es obvio) y que quieres enviarlo. Te pasan la hojita para rellenar de aduanas y escribes que dentro has metido unos bolÃgrafos de colores y unas pegatinas con un valor de unos 1000Â¥. Pegas la declaración de aduanas en el paquete y vuelves a la ventanilla. Lo pesan: 90g. Piensas que esto que pesa cinco veces más que la carta te va a costar lo mismo que un ramen en la cima del Monte Fuji. Pero no, te sorprendes al ver cómo sólo te piden 220Â¥ (2€), eso es menos que la carta, y además es correo aéreo, asà que en una semana o menos estará en su destino.
Las cosas empiezan a no cuadrarte. Pero bueno, estás en Japón, sabes que aquà tienen sus rarezas y que es imposible conocérselas todas, que nunca vas a saber de verdad cómo funciona esta sociedad. Que te cobren unos pocos Â¥ de más o de menos en un envÃo no es tan grave al fin y al cabo.
Pasan los meses, llega la Navidad, y decides enviar un paquete a casa con cosas raras japonesas (pulpo seco, algas planchadas, calamar en vinagre, espinas de pescado garrapiñadas, etc), digamos que unos snacks para ir abriendo el apetito antes de la cena de Nochebuena. También metes una felicitación navideña, que siempre es mejor el papel mojado que pÃxeles iluminados. Me acerco a correos con todo dentro de una caja de zapatos bien cerradita, lista para ser enviada. Una vez allà ya no me preguntan si es carta o no, porque la respuesta es obvia. Me pesan el paquete (1.5kg), pregunto cuánto cuesta enviarlo (porque me gusta poner mis propios sellos): 2.310Â¥ (20€). Cuando te vuelven a dar el papelito de aduanas surge una pregunta ¿y ahora qué pongo?… porque como escribas que ahà dentro están todos los seres del mar cocinados (o no) de las más peculiares formas entonces no cuela por la aduana europea. Asà que les preguntas a los de correos si puedes poner sweets, a secas. Y te piden verlo porque no saben lo que es, y yo les pido un cúter para abrir el paquete. Abren, retiran a un lado el sobre rojo que guarda la postal, echan un vistazo, y dicen que sÃ, que puedo poner sweets. Estupendo, dulces navideños con sabor a pescado :).
Me retiro a un lado para no molestar, cierro el paquete, y me pongo a pegar sellos por todas partes, de todo tipo, desde el busto del fundador de mi universidad hasta grotescos personajes de cómic, desde panorámicas de ciudades hasta pueblos tan tan remotos que no tienen ni vÃa de tren, desde gatitos encantadores hasta Hello Kitty, etc. En un hueco que queda pego el papel de aduanas. Y listo. Vuelvo a la cola, aunque me indican que no es necesario que espere de nuevo, asà que me cuelan y se ponen a contar los sellos. Algo no cuadra, lo presiento: la chica que me atienda comienza a tener sudores frÃos, a mirarte de reojo a ti, a la calculadora, al paquete, a sus compañeras. Cuenta de nuevo los sellos. Se pone a buscar sellos por los laterales y por detrás, pero para su espanto y pavor no hay nada. Al final se atreve a decirme que cree que me he equivocado, que en realidad son 3.410Â¥ (10€ más de lo que me habÃan dicho antes).
¿Qué?, o mejor dicho, ¿por qué?. Me explica que la otra tarifa era para enviar un paquete, pero que no estoy enviando un paquete sino una carta (una carta bien gorda pienso para mis adentros). Trato de razonar, pero sé que va a ser complicado convencerla de que me dá igual cómo lo llame, pero que quiero enviarlo como paquete. Y me dice que no, que es una carta. No llegamos a un acuerdo acerca de la naturaleza de lo que tenemos entre manos, asà que le pido que me ponga con alguien que hable inglés. En las oficinas de correos suele haber una persona (normalmente tÃmida) con la que más o menos te puedes aclarar en inglés. Y entre mucho chotto y sumimasen al final resulta que la caja de zapatos en efecto era una carta porque contenÃa una felicitación navideña (la habÃan visto) y que las felicitaciones navideñas contienen mensajes privados, asà que la caja de zapatos entera se convierte en un mensaje privado, y por tanto en una carta. Y me tienen que cobrar la tarifa de carta a no ser que saque la postal.
Ya me he enterado, les pido disculpas por hacerles perder el tiempo y les digo que voy a sacar la postal. Me retiro un poco, y saco el sobre. Vuelvo a cerrar el paquete por tercera vez, les enseño lo que he sacado, se quedan conformes, y me cobran la tarifa de paquete. Lo que no saben es que sólo he sacado el sobre, y que la postal se ha quedado enterrada entre los dulces.
Todo esto viene a cuenta del ArtÃculo 5 de la Ley Postal Japonesa que considera que únicamente la empresa “Japan Post” es de suficiente confianza como para transportar la correspondencia privada entre personas. Ninguna otra empresa se puede dedicar a este negocio excepto en caso de que cumplan una serie condiciones (del tipo colocar x00.000 buzones y x0.000 oficinas a lo largo del paÃs) que en la práctica resultarÃan inviables por suponer hacerse tan grandes como Japan Post. Lo que sà que hay son muchas empresas de paqueterÃa. Porque como su propio nombre indica envÃan paquetes, y no cartas. La más grande es Kuroineko Yamato, con un logo muy gracioso de un gata llevando agarrados del pescuezo a los gatitos. Se ven todo tipo de vehÃculos de esta empresa, desde camiones hasta carros arrastrados por una bicicleta. Ah, y los repartidores siempre corriendo, tienen que tener una carga de trabajo tremenda los pobres.
Por último, otra vuelta de tuerca que me contaron hace no mucho acerca de esta ley postal japonesa. Cuando Amazon comenzó a operar en Japón les pusieron un montón de pegas porque se podÃan poner dedicatorias en los regalos… y esto es un mensaje privado… asà que aparte de con qué compañÃa los enviasen, ningún operario de Amazon podÃa verlos. La solución, pues hacer un sistema de empaquetado automático que garantizara la privacidad del mensaje. No sé bien cómo lo resolvieron, pero hoy en dÃa Amazon Japón vende mucho y consigue por ejemplo que las cosas te lleguen a casa el mismo dÃa que las compras por internet (si lo haces antes de las 9am).
Concluyendo, todo esta historia de las cartas y los paquete es sólo un detalle, pero hay muchas cosas que funcionan igual de bien (o mal). A menudo te preguntas si tanta regulación realmente es necesaria o lo que hace es desnaturalizar el ambiente y desmotivar que la gente haga algo más allá de lo que están acostumbrados a hacer, de pensar fuera del recipiente, de tener cierta flexibilidad ante eventualidades como un gran terremoto, una gran crisis, o algo tan simple como el paso del tiempo.