Era un lluvioso martes, dÃa de seminario de grupo. Iba sin prisas pero sin querer perder el tiempo. Bajando las escaleras exteriores desde el tercer piso de mi residencia hasta abajo me encuentro en el suelo un pajarito, una golondrina-bebé que habÃa nacido hacÃa una semana (no era el primer dÃa que veÃa a sus hermanos en el nido). Lo recojo, lo llevo a la oficina (conserjerÃa + secretarÃa), e inmediatamente las señoras de allà se emocionan y se ponen a preparar pañuelos de papel en una cesta. Samui, samui, (tiene frÃo, tiene frÃo) repiten. Cosa del aire acondicionado.
Les dejo el pajarito y me despido de ellas, no tengo mucho tiempo que perder. El dÃa pasa normal, sin acordarme de lo ocurrido. A la vuelta, al comprobar mi buzón, me encuentro una postal de agradecimiento y una carta contando la historia gráficamente (click para hacer más grande).
Los japoneses son muy agradecidos. Cuando haces un regalo sabes que te van a acabar respondiendo con uno de igual o superior valor. En este caso dedicaron un rato a hacerme esta dedicatoria. ¿Cuánto vale la vida de un pajarito?. No sé. Sea lo que sea es algo que les viene de la religión Shinto, que según cuentan, todo lo que hagas al mundo que te rodea te será devuelto tarde o temprano. Quizá por eso sean tan respetuosos. Quizá por eso trabajen tanto. O quizá no. El caso es que en Japón podemos ver cómo religión y cultura se han fundido hasta hacerlos prácticamente indistinguibles.