Viento de chocolate

Contando los 10km de ida y otros tantos de vuelta de mi casa a la universidad, ya he superado los 1000km en bicicleta desde que me mudé el pasado abril. Al final no resulta para nada rutina ni pesado, de hecho si algún día llueve mucho me dá pereza tener que ir en tren, y más aún luego volver también en tren porque la bici no la puedo meter en el vagón. Intento esperar a que escampe adelantando trabajo en casa, y acabo llegando a la universidad casi al mediodía. Vamos, a la misma hora que los japoneses cuando llueve, parece que le tengan miedo al agua.

Esos pocos kilómetros de trayecto ya me los tengo bien memorizados. Voy pillando el truco de los semáforos y sé cuándo se van a ponen en verde, o ya sé por dónde coger los baches para no botar demasiado, e incluso reconozco a la gente con la que me voy cruzando.

Pero lo que más rabia me da es el viento. Se dice que siempre parece que llevas el viento en contra, pero es que es cierto. Será por peculiaridades geográficas o por fastidiar, pero el 80% de las veces me viene de frente. Y lo sé no por ninguna manga de viento, sino por la fábrica de chocolate de la marca Morinaga (los que hacen Dars, entre otras cosas):

Fábrica de Chocolate Morinaga

La mayoría de los días huelo el chocolate caliente antes de pasar al lado de la fábrica, y eso sólo puede ocurrir porque el viento viene hacia mí. A veces lo huelo mucho antes, como ayer, que me tuvieron 2km relamiéndome.

Pero bueno, aunque huela bien, el chocolate japonés no es gran cosa. No hay nada como el chocolate suizo, alemán, belga, ruso, ucraniano, o de cualquier otro sitio (bueno, de Corea tampoco). Qué suerte tienen algunos que me sé que viven en esos países… aunque seguro que ellos no pasan dos veces al día al lado de la fábrica de chocolate.

Otra curiosidad es que de mi casa al centro de Yokohama (Minato Mirai) también hay de camino otra fábrica, pero esta vez de las cervezas Kirin. Sólo he hecho un par de veces este recorrido, pero al igual que con la fábrica de chocolate, sé que el viento sopla de frente. En este caso recibo un olor dulzón, como a cebada caramelizada. Menos mal que no tengo que ir por aquí a la universidad porque si no llegaba todos los días colocado, dispuesto a amorfizar a todo lo que se me cruzase por medio sin pararme a pensar si es o no un trozo de silicio.