ArtÃculo escrito originalmente como columna para la revista Aviación Comercial Nº 27 (Abril 2010).
Los que hemos vivido en Europa bien conocemos el fenómeno low cost. CompañÃas que, alegando recorte de gastos (y de personal y de servicios), realizan el mero papel de transportista llevándote de un punto a otro del viejo continente. Para algunos resultarán vergonzosos los lÃmites a los que han llegado, el trato opuesto a la exquisitez, y la completa inflexibilidad de las normas y condiciones que más le interesan. Sin embargo, para los más jóvenes, los que tenemos menos dinero y más ganas de aventura, han supuesto poder ir a lugares hace poco lejanos, y que hoy están “a tiro de Ryanair”.
Ahora llevo unos meses en el lejano oriente, veamos cómo está la situación por aquÃ. Ésta es una región amplia y con no pocos paÃses dispersos por islas en el mar o extendidos sobre una compleja orografÃa. En definitiva, un lugar donde las distancias no se miden por kilómetros, sino por horas de viaje. Un par de ejemplos: he llegado a tardar 6 horas para hacer un trayecto de 20km en barco (Filipinas), ó 15 horas para recorrer 500km en autobús (Tailandia).
En un lugar asà el transporte aéreo se hace necesario, no sólo por conveniencia de tiempo, incluso por descongestionar otras vÃas más tradicionales de transporte. Sin embargo, recordemos que salvo unos pocos paÃses el resto tienen rentas per cápita bastante por debajo de la media europea. Me atreverÃa a decir que por aquà las compañÃas  aéreas low cost no son un capricho de viajeros inquietos, sino una necesidad del dÃa a dÃa de la gente.
Es por ello que han evolucionado de forma ligeramente distinta a las Europeas. En cuanto al equipaje, aunque cobran por facturar, la primera pieza suele tener un coste llevadero (un par de euros), y para el de mano, aunque haya lÃmites escritos, en la práctica se aplican razonablemente. Aún más es que las tarifas no se ponen por las nubes a pocos dÃas de la salida del vuelo. No se andan con segundas y vuelan entre los principales aeropuertos, que les brindan una gran ayuda al estar en su una terminal también de bajo coste: sin fingers ni conexiones entre vuelos, menos cafeterÃas y más tiendas de conveniencia, la contrapartida suele ser un transporte algo más pobre hacia el centro de la ciudad.
Al final lo importante es llegar, ya sea para hacer negocios, visitar a familiares o conocer nuevos lugares. Y digan lo que digan, para disfrutar del placer de volar no hace falta ir en primera clase (aunque ayuda).