Parece mentira que haga ya 10 años de aquel verano de 2002 en el que participé como expedicionario de la Ruta Quetzal. Éramos algo más de 300 jóvenes de 15-17 años de varias decenas de paÃses, viajando por Panamá, Costa Rica y España durante mes y medio.
En realidad nunca supimos muy bien cuántos éramos. La verdad es que importaba poco, porque la división en 17 grupos hacÃa que siempre compartieras el 100% del tiempo con docena y media de compañeros, mientras que eventualmente coincidÃas con el resto de los grupos en conferencias, actividades, en emplazamiento de las tiendas de campaña o en la cola de espera que al menos tres veces al dÃa hacÃamos para comer.
Las condiciones del viaje no eran las mejores. Como único equipaje para las seis semanas tenÃamos un par de mochilas donde guardábamos la ropa oficial que nos proporcionaban (ya sabéis, las empresas patrocinadoras quieren aparecer en todas las fotos), y las tres primeras semanas aguantamos con tres camisetas y una camisa, en un clima siempre cálido y húmedo, estando la mitad del dÃa ocupados con cualquier actividad y la otra mitad tirados en el suelo, posiblemente muchos de nosotros medio dormidos ante la enésima conferencia acerca de los coleópteros. Asà pues, es normal que con el tiempo cada una de las camisetas desarrollase su propia paleta de colores y aromas. Sólo nos dieron camisetas adicionales en dos ocasiones: durante el vuelo de vuelta de América a Europa (porque los vuelos civiles no pueden contener armas biológicas) y durante la recepción del Rey de España.
(aunque parezca mentira, pocos dÃas antes todas las camisetas eran del mismo color)
La forma de vivir era precaria. Los campamentos se podÃan montar en cualquier lugar. Si tenÃamos suerte nos dejaban el duro suelo de cemento del patio de un colegio. Con menos suerte tenÃamos que montarlo en un polvoriento olivar con raÃces imposibles de esquivar. Y en más de una ocasión sobre un barrizal, en medio de la lluvia, junto a un rÃo, mar o estanque. Lo que sà es cierto es que en la mayorÃa de ocasiones el lugar era privilegiado, bien por la relevancia histórica del lugar, por el entorno, por las vistas, o por estar en medio de ninguna parte. Mucha gente ha estado en Panamá, la mayorÃa habrán visitado de una u otra forma el Canal, pero yo puedo decir que he dormido en el Canal, escuchando toda la noche pasar barcos de grandes dimensiones en uno u otro sentido. A algunos les parecerá poco glamuroso, pero a mà me encantó. De las 45 noches del viaje, algo asà como 5 fueron extremadamente cómodas, incluyendo la del vuelo transatlántico.
Muchos de los traslados entre emplazamientos los hacÃamos en autobús, pero no faltaron los medios de transporte distintos para hacer determinadas etapas. Uno que usábamos a menudo eran nuestras propias piernas, a veces porque habÃa que llegar a sitios poco accesibles, otras veces porque simplemente quedaba mejor para que lo grabaran los periodistas. Montamos trenes coloniales y ternes bananeros, fragatas de guerra y barcas de indÃgenas.
(momentos después de que los autobuses se parasen a la entrada del pueblo de Ronda y nos hicieran subir andando, porque una foto de 300 jóvenes caminando a mediodÃa bajo el sol andaluz de verano queda muy bien en la portada de un periódico local)
La comida era siempre variada y peculiar, sobre todo en Centroamérica. Un dÃa podÃamos comenzar desayunando plátanos fritos con gallopinto (arroz con judÃas rojas), comer arroz con pollo con pasta de frijoles y una banana de postre, y cenar arroz salpicado de trozos de plátano herbido, pollo y judÃas. Aunque ese no era el menú de todos los dÃas, en ocasiones nos sorprendÃan con carne de cocodrilo, un cargamento de peces recién pescados, o una furgoneta llena de frutas exóticas.
En cuanto a las actividades, normalmente giraban en torno al cuarto viaje de Colón y temas transversales de naturaleza y supervivencia, esos que tanto le gustan a Miguel de la Quadra-Salcedo, la antigua gloria de Televisión Española que ahora ya apenas se puede tener en pie, pero que sigue contribuyendo en la organización e improvisación del viaje con sus ocurrencias cariñosamente apodadas migueladas.
Por ejemplo, contratar a un Coronel retirado del ejército panameño (¡el muy famoso Coronel Puleio!) para enseñarnos a sobrevivir en la selva con los materiales mÃnimos. Y si no, mirad qué tienda de campaña para 6 personas hicimos con un chubasquero, cuatro palos y tres cuerdas:
También aquella vez que montamos el campamento en una playa demasiado estrecha, y con la llegada de una tormenta en la noche de San Juan, las aguas comenzaron a crecer y tuvimos que acabar trasladando en mitad de la tormenta nuestro campamento en Nombre de Dios (que era el nombre de la zona donde estaba, lugar en el que también buceamos buscando uno de los pecios de las carabelas de Colón).
Las grandes personalidades de los lugares por los que pasábamos se acercaban a saludarnos, y literalmente, era normal caminar entre jefes de estado, ministros y hasta cantantes como Julio Iglesias que nos hizo un hueco en el escenario durante uno de sus conciertos.
(en esta foto del ensayo podéis ver al cantante como nunca le habéis visto: con ropa de  andar por casa, sin maquillar y con una pésima iluminación)
Y no quisiera dejar de hacer una dedicatoria especial a los tres jefes de campamento que nos guiaron en nuestro camino: Jesús Luna, Ãngel Galicia y la TÃa MarÃa, aunque creo que uno de ellos es más bien producto onÃrico de la vigilia del amanecer, ese momento en el que te despiertas y no sabes quién eres, dónde estás, quién es el chino que está cantando la cara C del disco del verano, por qué el chocolate con churros huele a plátano frito, dónde está el pájaro yiyuyiyu que se ha tragado una sirena, o sobre todo, confirmar que cada dÃa es realmente el dÃa que todos estábamos esperando.
Al final, entre lo bueno y lo malo, fueron seis grandes semanas. No diré que es la mejor experiencia que uno pueda tener con esa edad, cada vez existen más expediciones, similares o no (algunas van de hotel en hotel), que en el fondo buscan despertar a un grupo de jóvenes antes de que de verdad tengan que enfrentarse a la vida. Tampoco diré, como suelen decir muchos, que haya sido la mejor experiencia de mi vida, o la que más me haya cambiado, o la que al final haya tenido más repercusión en mi futuro. Son cosas que se suelen decir de la Ruta Quetzal, y que al principio te crees, pero que luego ves que no tienen por qué ser ciertas, porque bien puede no afectarte en absoluto (conozco algún caso muy cercano), o tener otras experiencias realmente únicas e impresionantes (vivir casi 3 años en Japón).
No mantengo el contacto frecuente con la mayorÃa de la gente que conocà durante ese verano, pero sà con mucha gente estupenda que conocà a raÃz de ese verano. Más o menos una vez al año, en cualquier parte de América o España hay un encuentro de gente que participó en estas expediciones, donde nos reunimos unos pocos cientos de personas con hasta 40 años de diferencia de edad. He participado en varios de estos encuentros (Toledo, Chile, Navarra, Uruguay, Cantabria, Costa Rica, Madrid), y en cada uno de ellos recuperas el contacto con gente que creÃas perdida o conoces a personas con las que nunca pensarÃas tener algo en común.
Porque no son las seis semanas, es todo lo que viene detrás, pero sólo si tú quieres. Para mÃ, aquel viaje comenzó el 17 de junio de 2002, y aún no ha terminado.
PS: Desde hoy, todas estas fotos, y las que quedan hasta completar las casi 200 que tomé durante ese mes y medio, podéis encontrarlas en este set de mi cuenta en Flickr, y aunque por aquel entonces la cámara era analógica y aún no me llevaba un GPS a cuestas, gracias a las notas que tomé durante el viaje me he ocupado de fechar y geolocalizar cada una de las fotos, además de añadir una breve descripción a modo de diario de qué estaba ocurriendo alrededor de la foto.