Columna escrita originalmente para la revista Aviación Comercial Nº 31 (Enero 2011).
Viajeros cargando maletas de un lado a otro, ejecutivos apresurados hablando por el móvil hasta el último momento, sonámbulos desayunando al atardecer tras atravesar innumerables husos horarios, cuerpos tirados por los suelos a causa de un retraso (para ellos) injustificable. Para muchos de ellos este lugar sólo es paso, un doloroso trámite necesario para llegar a su destino. Escaparán de aquà en cuanto puedan y no volverán si no es necesario.
A lo largo de los últimos años he visto escenas equivalentes repitiéndose en aeropuertos de los cinco continentes. Yo, suelo llegar con márgenes suficientes para tomar mi vuelo e incluso en ocasiones voy sin tener uno programado. Para mà este lugar de paso se convierte en lugar de disfrute. AerolÃneas y gentes de todas partes del mundo, paneles repletos de destinos soñados, familiares reencontrándose y parejas diciéndose un “hasta luego”. Y esos enormes ventanales desde los que curiosear la plataforma, o los montÃculos del perÃmetro que permiten salvar con la mirada verjas de varios metros de altura.
Pero aquà es cuando vienen los problemas. Eres un tipo fuera de lo común, un extraño, sospechoso y terrorista en potencia. Las fuerzas de seguridad tratarán de convencerte de abandonar tus supuestas oscuras intenciones. Mejor no llevar la contraria, en algunos paÃses la fuerza es más poderosa que la razón.
Aunque hay un lugar del mundo donde darse un paseo por los alrededores del aeropuerto una tarde de domingo es algo normal para abuelas con niños que dan sus primeros pasos, grupos de amigos pasando el rato, y no pocos los spotters armados con receptores de radio y grandes cámaras cazando pájaros a través de sus objetivos. La policÃa patrulla y da recomendaciones de seguridad, pero no veta. Este lugar es Japón.
Y lo mejor de los principales aeropuertos japoneses está en el último piso de la terminal: un complejo en el que gente de cualquier edad y condición puede pasar una tarde en con la mente en el cielo y los pies en la tierra. CafeterÃas, restaurantes, tiendas de recuerdos, simuladores de vuelo y un mirador abierto bien posicionado para tener vistas tanto a las entrañas del aeropuerto y como a los despegues o aterrizajes. En los casos en los que tiene que haber una verja de por medio hay agujeros ejecutados a lo largo de la misma pensados para todos los tamaños de lentes. No pueden faltar telescopios en los mejores puntos de observación y plataformas con rampas para discapacitados, ancianos o niños que no lleguen al nivel de la barandilla. Más aún, con un poco de suerte encontramos también pantallas con una recreación en 3D e información del siguiente vuelo.
Siempre hay gente en estos lugares. Aficionados o profesionales, viajeros matando el aburrimiento o familiares dando el último adiós en el momento en que el tren de aterrizaje se separa de la pista. Tenemos mucho que podemos aprender de los japoneses. Pero no nos desengañemos, en otros ámbitos son ellos los que tienen que aprender del resto del mundo.