El sábado fui a un combate de sumo. Bueno, no un combate, toda una competición. Me levanté a las 5 de la mañana, a esas horas el Sol ya llevaba un rato molestando a los cuervos con sus rayos. El motivo de levantarme tan temprano era que tenÃa entradas para las 8, en la otra punta de la ciudad (y Tokyo es muy grande), de un combate de sumo. O al menos eso ponÃa en el ticket.
Si alguna vez venÃs a Japón y hay campeonato de sumo os recomiendo ir. Merece la pena, por los combates en sà y ver todo lo que mueven a su alrededor. Nunca antes habÃa ido, asà que no sabÃa muy bien cómo iba el tema y estaba un rato antes de que comenzara. La cola para comprar los tickets era enorme, daba media vuelta al edificio, pero yo tenÃa ya el mÃo :). ¿Por qué tenÃa tickest?, porque una expedición norteamericana de nanociencia que se encuentra estudiando en Japón (nanoJapan) habÃa dicho al Profesor Itoh que si un par de alumnos suyos podrÃan acercarse al torneo de sumo y conocernos. Y asà lo hicimos, allà estábamos FangFang y yo esperandolos.Â
Como las entradas eran numeradas, cuando el señor una torreta se puso a darle al tambor para llamar a la gente (tipo iglesia o mezquita, pero a lo gordo) decidimos pasar y esperarlos en nuestros asientos. Dentro habÃa como una especie de museo del sumo, y se podÃa incluso ver a algún sumo-san por ahà andando. No me hice la foto con ninguno porque van tan serios que da miedo acercarte… y que no te vea…
Una vez dentro aprovechamos para sacar fotos, con la cantidad de gente que habÃa fuera eso se llenarÃa rápidamente. Y por ahà me veo haciendo el gordo, aunque creo que me faltan algunos kilos.Â
El lugar era enorme. No sé cuánta gente cabrÃa, pero habÃa dos graderÃos. El de abajo estilo tradicional, con cojines en el suelo y agrupados de cuatro en cuatro, para ir con la familia (o el jefe) y tener tu cachito de territorio bien delimitado por la barandilla de 20 cm de altura.
Al poco tiempo se pusieron a barrer. A eso se le llama barrer con ganas. Dos horas se tiraron barriendo. Sin exagerar. Dos horas. Y lo peor es que de vez en cuando echaban arena y agua. Y volvÃan a barrer. Y rebarrer. Ese dÃa aprendà las mil y una formas de barrer a la japonesa. Por supuesto me hice una foto con uno de los barrenderos profesionales, al que nunca contrataré porque para barrer mi habitación primero me la pondrá perdida de arena, y luego pasará dos horas esparciéndola hasta el último rincón.Â
A las 10:30 vino lo gordo. Literalmente.Â
Más tarde nos enterarÃamos de que sólo son jugadores amateur, es decir, semigordos que quieren llegar hasta lo más gordo del asunto. Los árbitros también eran amateur, muy jóvenes, de unos 16 años. Y el protocolo tedioso. Primero llega un árbitro cantando que presenta a los luchadores, después se saludan, luego mienrtas el árbitro hace ejercicios de yoga los luchadores se siguen saludando y estirando. Al final, el árbitro pone una postura extraña que querrá decir algo asà como: ya os podéis abrazar. Entonces los luchadores se ponen en posición, y cuando las cuatro manos están en el suelo, ¡al ataque! La batalla muchas veces no dura ni una décima parte de los preparativos, pero se ve de todo: abrazos de oso, empujones, tortazos, patadas en las rodillas, intentos de desnudo, y si tienes suerte, ves cómo uno eleva al otro y le tumba. Os dejo alguna foto y un par de vÃdeos.Â
Una curiosidad es que se ven aficcionados de todas las edades. Fijáos si no en esta viejecita con una cámara más pesada que ella. Espero que tuviera estabilizador de imagen, porque el pulso le temblaba un poco.Â
Después de un par de horas el hambre comenzó a llegar, ya que por muy fuerte que sea un desayuno, si lo tomas a las cinco y pico de la mañana a mediodÃa te entra hambre seguro. La comida no era digna de un luchador de sumo, que las habÃa, pero su precio rondaba los 2000Â¥ (15€), asà que me contenté con un buen plato de arroz con pescado crudo, ensalada y la sopa de miso más grande que haya visto en mi vida por la tercera parte del precio.
Ah, que no lo he comentado, las entradas nuestras no eran tan buenas como para estar en primera fila, sino que como estuvimos allà desde el principio y a la gente no le interesa lo que hagan los amateur, pues pudimos elegir sitio. Eso sÃ, después ya nos tocó subir al gallinero, donde con un poco de vista logras distinguir qué está pasando. El ambiente mucho más animado, y los luchadores mucho más gordos. Una curiosidad es que entre combate y combate de vez en cuando unos hombres (delgados) daban una vuelta al ring con anuncios publicitarios. ¡Hasta del McDonald! Otras veces hacÃan exhibiciones. Por ejemplo, la del Yokozuna, el más alto rango dentro de la categorÃa sumo, al no sólo se llega por ganar, sino por seguir la filosofÃa y tradiciones de este deporte.
Y por último, el combate final. No lo grabé porque no sabÃa que era el final, pero me di cuenta en cuando todo el mundo comenzó a silbar, pitar y lanzar los cojines mientras el derrotado estaba tirado en el suelo, posiblemente con más daño en su honor que fÃsico en sà mismo.Â
Esto fue a las seis de la tarde. Diez horas estuvimos en el sumo. Después, al volver a Hiyoshi, la idea era cenar fuera con unos compañeros del laboratorio, pero en vista que no nos decidÃamos adónde ir, acabé por invitarles a casa. No se negaron cuando les dije que tenÃa queso manchego. No hicimos ninguna foto, pero cocinamos pasta con salsa de carne y setas, tomates con azúcar y otras sugerencias extrañas para acompañar al queso. Nos lo pasamos tan bien que al final casi se tienen que quedar a dormir. No se dieron cuenta de la hora y llegaron a la estación justo a tiempo de coger el último tren.Â
Fue un buen dÃa, y lo mejor de todo es que por fin comprendà el verdadero origen de los terremotos en Japón.
3 comentarios ↓
MagnÃfica anotación, he disfrutado leyéndola!
Un saludo!
FangFang eh… a ver si la traes a Spain para conocerla… jejeje!!
HabÃa un luchador que estaba mazadillo, eh????? :p
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