La Macarena es una canción completamente internacional. La saben bailar desde los niños hasta los ancianos desde Canadá hasta Nueva Zelanda. Ha sido tocada durante una final de la Superbowl, o en los juegos olÃmpicos, y hasta presidentes del paÃs más poderoso del mundo han bailado su caracterÃstica coreografÃa.
Y cómo no, en la Yokohama International Student House (mi residencia) no podÃa faltar acabar las fiestas que de ve en cuando se montan bailando todos juntos la Macarena. Eso sÃ, se ve cómo algunos tienen más ritmo que otros en la sangre.
(en el vÃdeo, gente de Japón, Sierra Leona, Nepal, Tailandia, Korea, Uzbekiztán y China bailando la Macarena)
En el fondo no es aburrido, dejas un poco de lado la novedad del lugar y te centras en disfrutarlo, en estar con tus compañeros en un ambiente distinto, relajado, donde lo único que se habla de fÃsica es acerca de la incertidumbre de la posición de la pelota de baseball lanzada a demasiada velocidad por un buen tirador.
De vez en cuando habÃa un rato sin deportes que usábamos para dar una vuelta por los alrededores. Hay un lago artificial llamado Megamiko (女神湖, donde el último kanji, -ko, quiere decir lago), en media hora o asà se le da la vuelta andando por un camino verde o por pasillos elevados sobre un mini-manglar. Es bonito, pero vale más bien para relajarse y seguir olvidándose de la amorfización del silicio.
Y por la noche hay cena y nomikai (飲ã¿ä¼š, la traducción más cercana serÃa fiesta, pero no se le parece mucho). Tradicionalmente hemos cenado barbacoa en el frÃo exterior, deseando que las cosas se hicieran para calentarnos de dentro hacia afuera. De fuera hacia dentro era complicado porque los atrayentes fuegos estaban siempre rodeados de personas, como electrones leones alrededor de no poca cantidad de protones proteÃnas. Sin embargo este año decidió llover. Y la barbacoa ya estaba planificada, asà que pasamos al plan B: hacer barbacoa de interior. Desconectamos las alarmas de incendio y nos dedicamos a poner fuego (de gas) en hornillos por las mesas del comedor.
Supo mucho más buena que otros años, principalmente por la ausencia del frÃo. Por cierto, mirad la foto anterior. Están todos sentados. En este  tipo de celebraciones la gente se sienta en lugar de estar de pie como suele ocurrir en occidente.
Lo peor es que no era regular. HabÃa ratos que el autobús se tiraba parado horas, y otro en los que circulaba rápido sin problemas. Era desesperante ver al GPS marcar varias horas de duración estimada para las siguientes decenas de kilómetros. Pero bueno, con unas pocas Nintendo DS jugando en red al Mario Kart el tiempo pasó algo más rápido.
Para acabar, os dejo fotos de mis compañeros japoneses. Son unos veinte, no llevo la cuenta exacta porque siempre hay gente haciendo estancias fuera. Por si acaso, y para evitar malentendidos, consideradlo una lista parcial.
No es que en el Monte Fuji vendan pan (que lo venden), sino otra de las creaciones extraordinarias que sólo podrÃan ocurrÃrsele a los japoneses: unos panecillos con forma del Monte Fuji. Más aún, estos panes tienen sabor a melón y están rellenos de lava de crema pastelera. Cada uno cuesta 260Â¥ (2.5€), ligeramente por encima del precio de este tipo de productos, pero es que el Fuji es mucho Fuji.
Aunque algunos por las pintas puedan parecer lo contrario, no son nada peligrosos.
Y estos personajillos raros raros que se posan en el puente sobre las vÃas del tren en Harajuku para que les hagas fotos. Hay de todo. A estos dos no los habÃa visto antes, pero dan un poco de pena.