Se fueron volando

El viernes se estrenó la primavera con lluvia. Salimos con un paraguas transparente abierto encima de nuestras cabezas. Al llegar a Akihabara dejó de llover. Media hora más tarde lucía un sol espléndido. Y todo el día cargando con los paraguas. 

El sábado continuó la primavera. Un estupendo día de sol en los jardines del Palacio Imperial. Por la noche las nubes se asomaron por el horizonte y, aunque  había hecho un día suficientemente claro, al final no pudimos ver el Monte Fuji desde el piso 45 del Tochō (edificio del Ayuntamiento de Tokyo).

El domingo despertó nublado. Un cuervo dijo PAAATOO. Y siguió nublado todo el día. Por la noche nos mojamos bien. Primero con el agua de lluvia, y después con las piscinas de agua fría y caliente de un sentō (baños públicos). Por último una cena de sushi, probando las variedades más variopintas y extrañas de este manjar japonés. 

Hoy lunes, después de estar toda la noche soñando con una bomba atómica, vimos amanecer. Es decir, nos levantamos muy temprano. A las cinco y media sonó Aurora. Como es habitual, Aurora te despierta pero no te saca de la cama. Diez minutos más tarde sonó la alarma de backup. Ahora sí. El Sol comenzaba a asomar entre los edificios de Kawasaki mientras desayunábamos magdalenas japonesas. Poca gente por las calles: el vigilante de la obra que se ha pasado toda la noche dirigiendo el tráfico, algún trabajador trajeado que no sé si va o viene, ancianos varios, y un puñado de niños que van al colegio en vacaciones.

El expreso, como siempre, va a tope. Aunque hoy mejor coger el local, porque los japoneses se comprimen muy bien, pero las maletas que llevamos no. Media hora más tarde, en Shibuya, nos perdemos entre las multitudes y acabamos en la mítica Yamanote Line. Otro ratito de chacachá del tren, despidiéndose de Tokyo, viendo pasar carteles, rascacielos, y de tanto en cuando pegándose algún susto al pasar un tren en sentido contrario a alta velocidad.

Nippori. Adiós. Y media vuelta. 

Jose Ángel y Alberto siguen su camino al aeropuerto cuando yo ya he llegado a la Universidad. Hace un viento de narices. Se me vuela una bolsa de publicidad con una crema de Nivea dentro. Los cuervos vuelan marcha atrás. Varias líneas de Tokyo han tenido incidencias por el viento. Y el efecto suelo le juega una muy mala pasada a los dos tripulantes de un MD11. 

La rutina vuelve poco a poco. Parece que todo sigue igual, aunque entre medias haya pasado con mi gente seis semanas. En España o en Japón (bueno, y también en otros lugares). Con frío, sol, nieve o bajo la lluvia, gracias. 

Pero hoy el viento se los ha llevado a todos. Aún queda un colchón tirado por el suelo, un envoltorio que puedo leer (aunque no lo entienda todo). Creo que es porque no he aireado la casa y el viento no ha podido entrar.

Mañana toca hacer limpieza. Y volver a vivir en Japón.