Cooking Nanta!

Uno de los mejores momentos en Corea lo pasé dentro de un teatro viendo el genial musical de Cooking Nanta, en activo desde 1997 y que ya ha dado varias giras mundiales. No os lo perdáis la próxima vez que se acerque por vuestra casa.

Al principio me esperaba una coreografía haciendo música con cuchillos y otros cacharros de cocina, pero era más. Era una historia de cinco personajes: el jefe exigente, el cocinero responsable, el que no se entera de nada, el listo y la chica guapa. Aunque la historia era un segundo plano, una excusa para dejar paso a malabares, trucos de magia, pantomima, lecciones de cocina, y eso sí, mucha música y mucho ritmo.

Nanta

Nanta

Nanta

Nanta

De vez en cuando incluso interactuaban con el público, desde lanzándoles frutas y verduras hasta cogiendo a un par de ellos para darles de comer una cosa pringosa mientras les casaban en la misma cocina.

El precio, 50.000 Won, lo que vienen a ser 5.000 pesetas. Un poco caro, sobre todo para ser la entrada más barata (aunque no por ello con mala visibilidad). 80 minutos en los que no paran, y al salir tienes que controlarte para no liarla dando golpes en las papeleras… uhm…. quizá por eso no hay papeleras en Corea.

Daegu

No iba a estar en Seúl toda mi estancia en Corea, así que salí hacia el sur. Mi idea iniciar era ir a Pusan, pero el día del viaje en sí lo tenía libre. Y como el día anterior me habían enseñado unas fotos de un Buda con sombrero, decidí ir a buscarlo.

Buda de Gatbawi

En Corea como en Japón lo más eficiente es moverse en tren. Así que desde la estación de Seúl lidié con una máquina de billetes (posiblemente más intuitivo y con mejor conocimiento de inglés que el taquillero). Por cierto, las estaciones de trenes están llenas de militares, es lo que tiene que la mili dure dos años en este país.

Militares en la estación

Homer en el Ejército

Tren militar

Esperando al tren

KTX

Un KTX de alta velocidad como el de la foto anterior y otro tren más lento pero en el que era imposible aburrirse me llevaron a mi próximo destino: Daegu.


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Allí no tenía tiempo que perder. Y perdí un montón de tiempo buscando una taquilla donde dejar el equipaje, puesto que el Buda estaba en lo alto de una montaña, y no pensaba hacer del camino una peregrinación. Encontré una en la que la única medida de seguridad era tu dedo. Lo metías por un agujero, le sacaba un par de fotos, y listo, metes el equipaje y a marcharse a otra parte. Me costó comprender cómo funcionaba. Y de lo frías que tenía las manos le costó a la máquina entender que mi dedo era de verdad, de una persona viva. Cómo calentar un dedo y que posteriormente siga siendo reconocible en una foto lo dejo a vuestra imaginación.

Locker

Pues venga, deprisa y corriendo a subir a la montaña. Muy bonito el paisaje, pero no tengo tiempo para verlo, que anochece.

Subida a la montaña de Daegu

Subida a la montaña de Daegu

Y cuando llego arriba ¡Ay cuando llego arriba!… no hay nada. No hay buda. No hay templo. Sólo una bonita vista al atardecer. Ya decía yo que los últimos cien metros se me antojaban algo salvajes.

Atardecer en Daegu

Y miro al lado… y veo lo que ya me imaginaba. La montaña a la que debería haber subido. ¡Ouch!.

Subida a la montaña de Daegu

Pues venga, bajar al valle y volver a subir. 200m de desnivel para abajo y 300m más para arriba. Corro. Quiero ver el Sol poniéndose. Maldito Buda con sombrero. Quién le mandaría irse a la montaña de al lado. Pero llego. Justo a tiempo. Sudando por todas partes y con la lengua en los tobillos. Quién diría en la siguiente foto que acababa de pegarme una paliza… y que hacía 0ºC !.

Buda de Gatbawi

Gatbawi

Un ratito por ahí arriba, y a bajar de nuevo, ahora también corriendo porque se me hace de noche y caminar por la montaña de noche sin linterna se antoja complicado.

Gatbawi

Gatbawi

En la estación no tuve problema para abrir la taquilla de nuevo (esta vez ya me sabía el truco). Y con las máquinas de billetes también sin problemas. Aunque me sorprendió que no existiera ningún tipo de torno ni control de acceso a los andenes, ni siquiera me crucé con el revisor en los tres trenes que cogí. En la estación, tan sólo una línea amarilla pintada en el suelo tras la cual se supone que no puedes estar sin billete ¡y la gente lo cumplía!.

No tornos

Y me encontré con una bonita estampa que hacía años que no veía (cuando iba a Madrid en autobús). Una pareja despidiéndose. El tren se va acercando y ella rompe a llorar. Él trata de consolarla con palabras que no entiendo. La chica sube al tren, es una parada corta, el tren rápidamente se pone en marcha y desde mi asiento veo la silueta del chico corriendo por el andén, hasta que se pierde de vista.

Despedida